Columna escrita por Marcos Soto, decano de UCUBS, en economía y mercado.
Publicación original en el diario El País - 22 de febrero de 2021.
El gobierno ha puesto acento en las últimas semanas en comenzar a renovar la estrategia de inserción internacional del país. Ha comenzado con lo que se ha denominado Diplomacia Presidencial, haciendo referencia a que es el propio Presidente de la República quien esta liderando estas acciones.
En la inserción internacional deben jugar de forma alineada diferentes actores de Gobierno, oposición y sociedad civil. Varias reparticiones de la función pública tienen que ver con el intercambio comercial con el exterior. Dentro de las mejores prácticas, deberíamos contar con trabajo interministerial, de equipo. Allí encontrar las propuestas y el diseño de un plan estratégico.
Los diversos análisis son viables en función a la información que está disponible al momento. La diplomacia presidencial se ha puesto en marcha convocando a reuniones bi-laterlales con sus pares del Mercosur. Recordemos que comenzó en Noviembre pasado con la visita de Alberto Fernández a Anchorena, siguió con el primer viaje al exterior de nuestro presidente hace unas semanas a Brasil para reunirse con Jair Bolsonaro, y hace sólo unos días la visita del presidente Paraguayo, Mario Abdo Benitez. Varios puntos en común: (a) participaron únicamente los presidentes y los cancilleres de cada país (b) tonos cordiales con declaraciones políticamente correctas. (c) ningún anuncio de relevancia que de señales ciertas de que el rumbo del bloque será modificado en el corto plazo.
Luego de cierta efervescencia a la vuelta del viaje oficial de Brasil, el presidente de aquel país se encargó de recordarnos con sus declaraciones (que matizan ideas aperturistas) que, en estos temas, es preferible ser escépticos a ingenuos optimistas.
Hay mucha tela por cortar aún en el vínculo bilateral con la principal economía del Mercosur. Yace en el parlamento uruguayo y en el congreso brasilero, el proyecto de ley que ratifica el acuerdo para evitar la doble imposición. Acuerdo interesante que permitiría procurar eficiencias a la hora de exportar servicios globales, cosa que hoy es prácticamente una quimera a causa de las retenciones fiscales que se aplican en aquel mercado a la importación de servicios. ¿Qué falta para su aprobación? Además, el saldo comercial de bienes volvió a ser deficitario para Uruguay en unos US$ 400 millones, una nueva muestra de que las asimetrías sobreviven como yerba mala.
El vinculo comercial con Argentina es decadente. Las exportaciones de bienes a este mercado volvieron a caer en 2020 y representan sólo el 4% del total exportado. Además, su inestabilidad macroeconómica y su política cambiaria de artificio, lo transforman en un socio tóxico.
Con Paraguay puede que tengamos intereses comunes por dimensiones y perfil productivo. Tenemos también, oportunidades logísticas para explotar la hidrovía Paraná-Paraguay. Oportunidades que pueden verse menguadas en el futuro si se concreta el mega-proyecto de tren bioceánico. Los intereses comunes en materia de inserción internacional, no se traducen, al menos no traslucen, en agenda común. Recordemos que el principal socio comercial del Uruguay es China, con el que potencialmente podríamos firmar algún tipo de acuerdo comercial. Sin embargo, Paraguay es uno de los 15 países en el mundo que mantiene vínculos diplomáticos con Taiwan, herencia viva del gobierno de Stroessner y ratificada recientemente por el congreso de aquel país.
Decía que de las reuniones bilaterales no han surgido ningún anuncio concreto que alimente esperanzas. Ha trascendido que Uruguay volverá (como hiciera en 2016) a plantear la derogación de la ya tan citada como inocua decisión 32/2000. Dicha medida, que restringe la posibilidad de que los países negocien acuerdos con terceros mercados de forma independiente, es una mera redundancia en un bloque que pretende funcionar como Unión Aduanera. Posiblemente, el germen de los problemas sea pretender funcionar con una configuración inapropiada.
La estrategia de inserción internacional requiere un plan estratégico. Esto es, dar a conocer qué pasos deben darse, como se ejecutarán, quienes (su institucionalidad), cuándo y los resultados esperados. Por cierto, debe incluir también planes de contingencia por si volvemos a recibir negativas frente a propuestas de modificaciones al funcionamiento del Mercosur. Esos planes contingentes deberán plantear los caminos alternativos que se llevarán a cabo, a riesgo de permanecer freezados en la zanja de partida.
Nuestra inserción no es un fin en sí mismo. Implica procurar mercados para nuestra producción, para nuestro trabajo. Mientras se permanezca en la fase de declaraciones cordiales sin anuncios de un plan concreto, habrá lugar al escepticismo con poco margen de tránsito al optimismo, seguiremos con el añoso conflicto nacional, entre el quiero y no puedo.