El mundo (y tu empresa) deberían prestarle atención a uno de los líderes más poderosos de la humanidad. Pero te advierto: este consejo titánico no es lo que uno espera de alguien cuyo poderío abarca casi el diez por ciento de la masa terrestre. Sus mensajes principales son: resiste la ambiciosa tentación de conseguir más y más poder; ejerce tu autoridad por medio del amor y no del miedo; y, cuando llegue el momento, entrega ese poder con dignidad.
Chris Lowney (EE.UU), Vice Chair en el Board of CommonSpirit Health; autor de libros sobre liderazgo, espiritualidad y toma de decisiones.
Publicación original en Forbes
Estos consejos contrastan en forma discordante con el espectáculo grotesco de lo que estamos siendo testigos en Europa en estos momentos. Pero este consejo no solo es útil para los autócratas; los demás podemos también reflexionar acerca de cómo ejercemos el poder.
Pero, antes que nada, corresponde presentar a nuestro consejero: Carlos V, Emperador Católica Romano (m.1558), dirigió un imperio que abarcaba grandes franjas de Europa y América del Sur. Sus décadas de reinado y campañas, “algunas para empezar guerras, otras para hacer la paz”, lo llevaron por cuenta propia, “nueve veces a Alemania…siete veces a Italia…dos veces a África”, y, bueno, uno entiende el punto.
Seguramente, las personas modernas tenemos bastantes recelos sobre este capítulo de la historia europea: la conquista deshumanizante y represiva del llamado “nuevo mundo”; el sistema de clases injusto y elitista; guerras interminables entre los potentados europeos; y los violentos levantamientos religiosos que surgieron a partir del movimiento reformista de Martin Luther.
Quizás el propio Carlos se cuestionó cómo había ejercido el poder, ya que hizo lo que pocas personas poderosas harían, en ese entonces y ahora. Voluntariamente entregó el poder. Él sabía que su acción no sería entendida por sus pares: “ningún hombre renuncia a su poder real, a no ser por incapacidad o por miedo a perderlo”. Pero Carlos creyó que su abdicación podría dar paso a algo nuevo; implícitamente él estaba desafiando a sus pares (y al resto de nosotros) a encontrar el sentido y la identidad sin necesidad de colgarse al poder, a la autoridad o al estatus de una manera implacable hasta el fin de nuestros días.
Fue entonces que Carlos hizo algo sin precedentes entre los poderosos del mundo: se retiró, pero no a un palacio lujoso sino al remoto Monasterio de Yuste en España. Sin bien sus dependencias no eran tan austeras como las de un monje, eran terriblemente simples comparadas con otras alternativas mejores a su disposición. De este modo, Carlos desafió aún más a su época (y a la nuestra): así como nuestra identidad no está definida por el poder, tampoco la valía de una persona se define en función a los lugares y pertenencias lujosas que la rodean.
Antes de retirarse, Carlos plasmó sus pensamientos acerca del poder en palabras en un conmovedor testamento. Si bien estaba dirigido a su hijo quien lo sucedería como Felipe II de España, cada uno de nosotros puede encontrar un mensaje importante en las exhortaciones de Carlos:
Que te impulse la justicia, no la ambición: en la época de Carlos el éxito se traducía en la expansión de los territorios, y Carlos sabía que sería fuera de lo común argumentar lo contrario: “Aconsejarle a un gran príncipe que se contente con las tierras en las que nació puede parecer absurdo para aquellos que consideran una ambición desmedida como la mayor de las glorias”.
Pero Carlos sí se mostró contrario a esta creencia, aconsejando a su hijo a ser motivado por la justicia y no por la ambición, que lo obliga a uno a “no violar los derechos de los vecinos más débiles”. Dicho en palabras más simples: simplemente porque puedas sacarle ventaja a otro no deberías hacerlo. Por el contrario, Carlos afirmaba “es mejor a los ojos de Dios y a los de los hombres preservar la grandeza de tus estados mediante un buen gobierno y no mediante una ambición desmedida…”
Dirige con amor a los otros, no a través del miedo: el tratado sobre poder de Maquiavelo de 1513, el Príncipe, argumentaba que, “ser temido es más seguro que ser amado”. Carlos difería con esto: “la seguridad de un gobierno depende mucho más del amor de un súbdito que de su miedo…Elige la dulzura y la clemencia…y no la violencia y el rigor”. Carlos planteaba que al final del día, nadie quiere “el odio del pueblo” como legado.
La última lección de Carlos surge de su decisión de pasar el resto de su vida en el Monasterio de Yuste, donde mantuvo correspondencia con antiguos cortesanos; satisfizo su pasatiempo de jugar con relojes; rezó (mucho); y pensó en la vida (también mucho), quizás reflexionando sobre cuán bien o no había colmado sus nobles principios.
Su ejemplo nos recuerda que la vida es más que perseguir el poder y disfrutar de sus beneficios. Él personificó cualidades que cualquier buen líder posee: la humildad para reconocer que existen potenciales sucesores talentosos, la generosidad de espíritu para identificarlos y apoyarlos, y la sabiduría para darse cuenta cuando llega el momento de ceder el poder.
Los lectores indudablemente verán los párrafos anteriores como una opinión sobre el brutal ejercicio de ambición que se está dando en Europa del este. Y así es. Pero Carlos también nos desafía al resto de nosotros a ejercer nuestro modesto poder de manera de abrazar la máxima expresada por Gandhi: Sé el cambio que quieres ver en el mundo.